About Us

 

Patrocinadores

 

The California Wellness Foundation
www.tcwf.org

Scripps Howard Foundation
foundation.scripps.com/foundation

The Wall Las Memorias
www.thewalllasmemorias.org

Mike Curb College of Arts,
Media, and Communication
www.csun.edu/amc

 

Más información

Bienestar Human Services
5326 E. Beverly Blvd.
Los Angeles, CA 90022
323-727-7896
323-727-0284 (fax)
www.bienestar.org

California HIV/AIDS Hotline
995 Market St #200
San Francisco CA 94103
800-367-AIDS
888-225-2437 (TTY/TDD)
www.aidshotline.org

California Office of AIDS
1616 Capitol Avenue, Suite 616
Sacramento, CA 95814
916-449-5900
www.dhs.ca.gov/ps/ooa

Centers for Disease Control
National AIDS Hotline: 800-342-2437, 800-344-7432 (Spanish)
800-243-7889 TTY/TDD
www.cdc.gov

Clean Needles Now
4201 Wilshire Blvd., Ste. 527
Los Angeles, CA 90010
TEL: 323-857-5366 (infoline)
TEL: 323-857-5846 (office)
www.cleanneedlesnow.org

Gay and Lesbian Adolescent Social Services
650 N. Robertson Blvd., Ste. A
Los Angeles, CA 90069
310-358-8727
310-358-8721 (fax)
www.glassla.org

HIV L.A. Resource Directory
(866)772-2365
www.hivla.org


Latino Coalition Against AIDS

AltaMed Health Services Corporation
500 Citadel Drive, Suite 490
Los Angeles, CA 90040
www.latinoaidscoalition.org/

Los Angeles County Office of AIDS Programs and Policy (OAPP)
213-351-8037
lapublichealth.org/aids/

Los Angeles County
Department of Public Health,
HIV Epidimeology Program

600 S. Commonwealth Ave. Suite 1920
Los Angeles, CA 90005
Tel: (213) 351-8196
FAX: (213) 487-9386
www.lapublichealth.org/hiv/


The Wall Las Memorias Project

111 N. Ave. 56
Los Angeles, CA 90042
323-257-1056
323-257-1625 (fax)
www.thewalllasmemorias.org

Jorge Antonio Arroyo Duarte

Por Alonso Yáñez

A pesar de no tener sida, Jorge Antonio Arroyo Duarte, de 40 años, vive actualmente en el albergue Las Memorias. Originario de Tijuana, vivió una vida con muchos tropiezos, que le ha costado seres queridos, estabilidad económica y su salud. Ahora sufre de tuberculosis y dolores fuertes en la garganta, producto de una larga adicción a las drogas y el alcohol. Inicialmente fue llevado al albergue porque tenía todos los síntomas de un seropositivo, pero luego de hacerse los análisis supo que tenía tuberculosis y no VIH.

“Me volvió a dar otra oportunidad Dios”, dijo sobre su llegada al hospicio. “De verdad me sentía que no la iba a hacer. Del centro donde me trajeron, allá dure dos días, y de ahí [el director de Las Memorias José Antonio] Granillo me trajo para acá, y dijo ‘Miren, aquí traigo a Toño. Ya le andaban los zopilotes arriba’”.

Arroyo empezó en las drogas a los 15 años, inyectándose heroína. Su adicción a esa droga duro aproximadamente 20 años, durante los cuales llegó a compartir agujas con otros adictos.

“Inclusive me metí heroína con sangre de otras personas”, dijo Arroyo. “La jeringa a veces tenía residuos de sangre, pero era más la ‘malilla’ [los efectos de la abstinencia] de la droga”.

Aunque siempre luchó por rehabilitarse, no pudo hacerlo hasta que perdió a su primo, Víctor Meza, un día en el que se excedieron con el alcohol, el cristal y la heroína.

“Nos agarró la policía como a las cinco de la tarde”, recapituló Arroyo. “A las diez de la noche nos metieron a la celda. Nos anduvieron paseando, pero para eso nos golpearon. Como a las seis de la mañana murió mi primo a un lado de mí… Fueron cinco horas que pasaron paseándonos, o sea, investigando, preguntado, y [dando] cachetadas y sopapos y golpes bajos”.

Los policías que los detuvieron, quizás por sentirse un poco culpables, llevaron a Arroyo hasta su colonia y le dieron en forma de consuelo 70 pesos para otra dosis de droga. Al llegar a la casa de los familiares, estos no parecieron muy sorprendidos al escuchar la trágica noticia, conociendo el nivel de adicción de los dos.

“Como que no lo tomaron muy a fondo por como andábamos” dijo Arroyo sobre el incidente. “Ya sabían que un momento u otro íbamos a quedar por ahí”.
           

Después de la muerte de su primo, a quien recuerda por ser como “uña y mugre” con él, Arroyo se dedicó a drogarse por tres semanas. Usó el fallecimiento de su primo como excusa para continuar en su vicio, pero al despertar cada mañana sobrio, se ponía a reflexionar sobre la dirección que había tomado su vida.

Uno de esos días, después de haberse inyectado la primera dosis del día, decidió que había tenido suficiente y le pidió a un señor que conocía poco que lo llevara a internarse a un centro de rehabilitación. Sabía que debía aprovechar ese momento de lucidez, ya que si seguía en la misma rutina, lo arrestaría la policía eventualmente y lo llevarían a la cárcel, quedándose estancado en el mismo círculo vicioso.

“El señor me dijo: ‘súbete al carro y vámonos’”, recordó sonriente.

Luego de dejar la heroína y el cristal, Arroyo se recuperó en todos los aspectos de su vida. Pudo alquilar un lugar propio, comprar una camioneta y encontró una mujer a quien quería mucho. Con ella iba a tener un hijo, pero el niño falleció durante el parto. Después de ese triste evento, él no encontró otro consuelo más que el alcohol.

“Allí empecé a tomar”, recuerda Arroyo. “Terminé con el alcohol de 96 grados rebajado con agua. Ese alcohol que te echas para las heridas. Dejé todo y me fui hasta abajo. Pienso que de ahí vino lo de los ganglios, de tanto quemarme con el alcohol”.

En el punto más bajo de su alcoholismo, Arroyo estaba consumiendo por lo menos seis botellas de 250 mililitros de alcohol de 96 grados diariamente. Llegó a tal punto su adicción que tenía que dormir con un vaso de alcohol diluido al lado de la cama. Como consecuencia de su alcoholismo, perdió su trabajo y su mujer.

“Lo bueno de que tomé alcohol es estar aquí”, reflexionó Arroyo. “Para mí es una suerte estar en este lugar. Me siento afortunado de estar aquí y conocer todo el movimiento, todo lo que hace posible este lugar”.

Su peso normal siempre fueron 80 kilogramos, pero él llegó pesando sólo 57. Después de haber tomado tanto alcohol, tenía los ganglios tan inflamados que no podía comer nada. Así pues, sus defensas bajaron y lo atacó la tuberculosis. Cuenta Arroyo que lo que más le impresionó del albergue fue la manera atenta y comprensiva con la trataban a todos los pacientes, haciendo que se enamore del lugar.
           

“Cuando yo llegué todos tuvieron palabras de aliento”, dijo. “Me preguntaban qué quería, se sentaban conmigo… o sea, todos bien atentos”.

Ahora han pasado más de dos meses desde que Arroyo llegó al hospicio, y él siente que su compromiso con el albergue es cada vez mayor. Aparte de barrer, trapear y ayudar a los pacientes a bañarse o cambiarse, quiere aprender del enfermero otros conocimientos que pueda aplicar en Las Memorias.

“Mis planes son seguir apoyando este lugar en lo que pueda”, comentó. “Inclusive me he estado metiendo con el de enfermería, a estorbarle para que me enseñe a poner sueros, cómo poner sondas para orinar. Pienso estar [un] rato aquí”.

Hoy, Arroyo es más reflexivo y servicial. La etapa antigua de su vida, en la que hasta se prostituyó con gente del mismo sexo y sin protección, para financiar su siguiente dosis, ha quedado atrás. A pesar de haber sufrido las consecuencias de sus adicciones, él siente que la actual es una nueva persona.
           

“Espero que les sirva de algo lo que hemos pasado nosotros para que no lo pasen”, concluyó Arroyo. “Que les sirva como experiencia al momento de probar las drogas… Pero también [sepan que] aquí en Tijuana hay un lugar que les tiende la mano, que muchas veces en la calle no lo encuentra uno, ni con su familia. Aquí está este lugar Las Memorias”.