Por Beatriz Cortez
Una de las frases memorables
de Michel Foucault dice: "cada pueblo
tiene la locura que se merece".
Esta afirmación no debe tomarse como
una broma del filósofo.
Por el contrario, Foucault estudiaba con
seriedad la historia de la
locura y el surgimiento de ésta en el mundo
occidental.
Tampoco hay mucho de broma en
el relato "Anita, la cazadora de
insectos" del escritor hondureño
Roberto Castillo. A pesar del tono
juguetón de su encabezado
el texto nos sorprende con su manera
profunda de cuestionar la fuerza
que motiva nuestros actos cotidianos.
De hecho, el relato nos lleva
por los vericuetos de la locura en la que
habitamos, una locura que nosotros
mismos nos hemos generado.
Anita, la protagonista del relato,
antes de que la embriagara el deseo
de cazar insectos, era una
jovencita ejemplar. Era ejemplar porque vivía
de acuerdo al status quo. Y
ejemplar porque a pesar de provenir de una
familia pobre utilizaba sus
atributos intelectuales para subir en la escala
social. También ejemplar
porque sabía fingir frente a sus amiguitas. Y
era ejemplar porque su piel
era blanca y sus ojos azules.
Anita vivía su vida buscando
el éxito a la medida del clasismo, el
racismo y el elitismo que tanto
se ve en nuestras sociedades. Nadie
cuestionaba a Anita porque
ella parecía tener todo lo que los demás
secretamente deseaban. También
parecía tener todo lo que ella misma
deseaba. Sus padres estaban
dispuestos a adquirir toda clase de
deudas con tal de incrementar
las posibilidades de que Anita subiera de
categoría social. Sabían
que al hacerlo, ellos subirían junto con ella.
Anita quería un piano,
una mejor vajilla, clases de inglés, de natación,
de cocina, de decoración,
Anita quería ir a bailar al casino. Y los deseos
de Anita se cumplían.
Pero un día Anita comenzó
a atrapar mariposas y pronto sintió el
irresistible deseo de cazar
todo tipo de insectos. Tal vez no era más
que el deseo de romper con
las normas, ensuciarse un poco las manos,
disfrutar un poco la vida.
Pero cazar insectos no era una ocupación
apropiada para una jovencita
ejemplar. Solamente le quedaban dos
opciones a Anita: renunciar
a todo para darse el gusto de atrapar
insectos o renunciar a sí
misma para convertirse en una mujer ejemplar.
Y Anita lo dejó todo.
Se dice que perdió la razón. Que sigue cazando
insectos perdida entre las
callejuelas de la ciudad. Que los niños la
persiguen y que le gritan insultos.
Que en su casa ya nadie menciona su
nombre. Nadie sabe con certeza
dónde está ni lo que hace. Lo único
cierto es que sigue cazando
insectos.
Anita, la cazadora de insectos
nos habla de la locura que nos
merecemos. Este relato fabuloso
de Roberto Castillo hoy se discute en
una clase de literatura centroamericana
en Los Angeles. En sus
versiones en español
y en inglés (en el volumen And We Sold the Rain
editado por Rosario Santos)
es la semilla de la que surgen discusiones
fascinantes entre los estudiantes.
Recientemente se ha convertido
también en una película
del director Hispano Durón. Desde las páginas y
desde la pantalla Anita nos
invita a observar en un microscopio la
fábrica de nuestras
vidas. Y nos invita también a lanzarlo todo por la
ventana y a embarcarnos en
la aventura de nuestras vidas.