CORTESÍA / HAYMARKET BOOKS

Mejía, veterano de la guerra en Irak, narra los abusos y torturas que presenció en su libro "Camino desde Ar Ramadi: La rebelión privada del sargento Camilo Majía".



Activista, veterano de Irak mantiene limpia su conciencia

Aunque no lo parezca y tampoco lo admitiera, Camilo Mejía ha vivido bastante en sus 32 años. Su historia de guerra y paz ocurre en varias regiones del mundo.

Por ser uno de los primeros objetores de conciencia de la guerra en Irak, uno podría llamarlo un héroe, pero Mejía no cree en ellos. A pesar de todo lo que ha logrado como activista, escritor y figura en el movimiento en contra de la guerra, Mejía es un hombre humilde y altruista.   

“Uno pensaría que alguien que ha vivido tanto estaría dañado, pero él es muy cariñoso y receptivo”, dijo Jabbar Magruder, copresidente, junto con Mejía, de Veteranos de Irak en Contra de la Guerra. “Disfruto su compañía, es una lástima que vive en Florida”.

A pesar de la distancia, Magruder se mantiene en comunicación con Mejía.

“Lo único que tengo que hacer es recoger el teléfono y Camilo va estar al otro lado”, señaló Magruder, un estudiante de física biológica de CSUN.

Mejía cuenta su travesía desde las calles de Managua e Irak hasta la cárcel militar en EE.UU. en su el libro “Camino desde Ar Ramadi: La rebelión privada del sargento Camilo Mejía”.

Hoy, Mejía está orgulloso de criar en su nueva casa en North Miami a su hija Samantha, de siete años de edad, y de dedicarse a la meta de su vida: escribir.
           
“Pareció ser muy inteligente, muy calmado y reservado”, dijo Sean Woods, quien le vendió a Mejía la casa que acaba de comprar. Woods afirmó que la forma de ser de Mejía lo motivó a venderle la casa. “Al hablar con él, se nota que es una persona muy honesta y confiable”.
           
A pesar de conocerlo sólo un mes, Woods dice que le gustaría tener a Mejía como un amigo en el futuro.
           
Ahora, después de tantos años de vivir en caos e inseguridad, Mejía está tranquilo. 
           
Nació en Nicaragua en 1975, cuatro años antes que la revolución sandinista triunfara. Es hijo de padres revolucionarios, su papá es Carlos Mejía Godoy, un músico famoso de la Nicaragua revolucionaria, y su mamá estuvo involucrada en el movimiento sandinista, aún siendo costarricense. Vivió en los dos países. 
           
Mejía llegó a EE.UU. por segunda vez en su vida a los 18 años, terminó la secundaria y fue por un tiempo a un colegio comunitario en Miami. Pero se encontró en una situación difícil, sin sentirse parte del mundo.
           
“Las fuerzas armadas parecieron ofrecer eso”, dijo Mejía, quien se enlistó en el ejército norteamericano a los 19 años. “Parecía una buena forma de hacer amigos y sentirse parte de la sociedad”.  
           
Mejía estuvo ocho años en las fuerzas armadas. Estaba a punto de terminar su licenciatura en psicología cuando fue asignado para ir a Irak.
           
Como describe en su libro, Mejía presenció atrocidades durante sus cinco meses en Irak. Protección inadecuada de sus hombres durante misiones “sin sentido”, tortura y abusos de prisioneros son algunas cosas que lo perturbaron.  
           
“No hay una palabra que puede explicar todo lo que vi”,  comentó Mejía.  “Fue muy imprevisible. Lo único previsible es que fue imprevisible”. 
           
Mejía logró salir de Irak para resolver sus problemas legales y nunca regresó. Huyó a Nueva York, donde por primera vez fue libre.     
           
“Ese tiempo me ayudó entender y articular mi experiencia en Irak”, dijo Mejía.  “Fue crucial en prepararme para mi entrega”.
           
Mejía se entregó a los militares sabiendo que podía ser encarcelado hasta un año en prisión. 
           
“Yo entendí que era algo que tenía que hacer para poder vivir conmigo mismo”, contó Mejía.
           
Durante todo el proceso legal, y aún después de estar nueve meses en la cárcel, Mejía no sintió rencor, ni arrepentimiento. En lugar de sentirse como prisionero, se sintió liberado de su propia conciencia. Ve sus experiencias como una lección gracias a la cual pudo hacerse activista.
           
“Todo lo que viví me hizo la persona que soy”, dijo Mejía. “Ha sido una herramienta para mi activismo y me ha dado esta plataforma para poder hablar”.
           
Desde que Mejía salió de la cárcel, está en el proceso de apelar su estatus como objetor de conciencia, pero no para él, sino para otros como él. Dice que no le importa lo que diga el gobierno, mientras él sepa que es objetor de conciencia.
           
Cuando no está ocupado organizando manifestaciones de paz, Mejía está en casa con su hija, quien a pesar de ser muy joven, conoce y entiende lo que hace su papá.
           
La relación que Mejía tiene con Samantha se basa en honestidad y respeto. Hablan de todo: la guerra, la paz, la religión y él deja que ella llegue a sus propias decisiones, como hacerse vegetariana a los cuatro años.
           
“Trato de mantenerlo democrático, no autoritario”, dijo Mejía.
           
Como es padre soltero, el tiempo que pasa con Samantha, escuchando música o cocinando, es cuando Mejía está más feliz.