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Bienvenido al Tercer Mundo

La historia de la humanidad ha sido una de constante movilización e intercambio cultural. Desde la migración de los judíos hacia su “tierra prometida”, hasta la llegada a América de un grupo de Europeos, ambiciosos y desorientados, las grandes diásporas de gente han cambiado sustancialmente las vidas de los inmigrantes y de los residentes del área que recibe a los inmigrantes.

Lamentablemente, inseguridades y prejuicios han hecho que la intolerancia contra los inmigrantes también haya existido siempre. A lo largo de la historia han sido etiquetados con todos los nombres posibles, desde invasores subdesarrollados, hasta pestes u hordas de salvajes “tercermundistas” que serán una carga para el sistema.

Inicialmente, el concepto de los tres mundos fue acuñado para describir la clara estratificación que se desarrolló desde tiempos medievales, en los que el Primer Mundo era la nobleza, y los clérigos y los ciudadanos comunes conformaban la segunda y tercera capa del sistema. Esos términos se empezaron a utilizar posteriormente para distinguir al Primer Mundo capitalista y "democrático" del segundo bloque soviético y dictatorial. Bajo ese razonamiento, todos los países que no se alinearan con ninguna de esas dos doctrinas eran relegados a ser parte del Tercer Mundo. Poco después, esas etiquetas también empezaron tener una connotación de desarrollo cuando se refiere al Primer Mundo, y de subdesarrollado cuando se habla del Tercer Mundo, confirmando, como si fuera necesario, la evidente polarización que caracteriza a la humanidad.

Nunca me sentí tercermundista hasta que vi con mis propios ojos el rechazo e intolerancia de los “desarrollados”. Pero no reniego de ninguna de esas etiquetas, porque no me avergüenza ser un hombre común; un tercermundista descontento, acostumbrado al exceso de trabajo y la poca paga; un crítico de esa corporocracia oligárquica disfrazada de democracia que nos emboba con discursos de igualdad, progreso y poder para la gente pero que sabe sólo del poder del dinero; un inmigrante de un país subdesarrollado y deliberadamente explotado que se pregunta ¿Y yo por qué no tengo derecho a vivir bien?

Ese sistema piramidal siempre ha existido, pero nunca había infectado tantos rincones del planeta como hoy, manteniendo a unos pocos privilegiados que viven con relativamente mayores lujos que el Tercer Mundo, el cual es explotado para satisfacer las necesidades del Primer Mundo. Ahora tenemos una corporocracia oligárquica que sólo se ha perfeccionado con el paso de los años, haciéndose más efectiva en manipular las masas con un proceso de estupidización caracterizado por incesantes recortes en el presupuesto educativo y una prensa comprada para perpetuar mentiras y producir miedo e ignorancia.

Funcionarios gubernamentales, que dividen sufridamente su tiempo sirviendo como representante del gobierno y de alguna(s) corporaciones, son ahora la nueva camada de dictadores que dirigen destinos, declaran guerras, y venden armas y petróleo para tener más dinero en su cuentas bancarias. Incluso han creado entes internacionales que dicen promover el desarrollo pero que son sanguijuelas chantajistas que otorgan préstamos con intereses altísimos, imposibles de pagar, para producir más pobreza, mano de obra barata y tener acceso a cada vez más preciosos recursos naturales.

Esos ladrones y asesinos, de saco y corbata y sonrisa falsa, se han metido al bolsillo a los periodistas, quienes siguen, como perrito tras la bola que tira su amo, la historia que los políticos inventan cada semana. Hay un interés mutuo por ocultar las incompetencias del otro. Los periodistas no hacen un profundo reporteo que analice causa y efecto, a veces por estar presionados por dar la primicia y otras veces por incompetencia, y los del gobierno retribuyen con su repertorio de citas textuales jugosas para cualquier ocasión. Los periodistas auténticos se están extinguiendo y se están pareciendo cada vez más a agentes de relaciones públicas que simplemente repitan con rapidez todo lo que los agentes gubernamentales digan, y limiten su análisis a hacerse entrevistas entre ellos.

Aunque era sabido públicamente que todos los terroristas del 2001 habían obtenido visas en el sistema de inmigración, algunos propusieron defender las fronteras para proteger mejor al país, pero increíblemente sólo mencionaron la frontera del sur. No sólo quedó en evidencia el oportunismo para empujar una agenda arcaica y xenófoba, sino también la facilidad con que el pueblo ha llegado a creer en cualquier cosa que dicen sus "elegidos" representantes. Así las mentiras comienzan, inventadas por infalibles políticos para desviar la atención popular de sus incompetencias, y son perpetuadas en los medios de comunicación con desalmadas calumnias, como culpar a los inmigrantes por la recesión, el terrorismo, el debacle del seguro social y, ¿por qué no?, el calentamiento global.

Si la mayoría de gente se guía por lo que digan estos medios de comunicación, ¿es posible tener una población informada y educada?

Uno de los requisitos básicos para que la democracia funcione es tener una población que esté informada y participe políticamente, pero acá eso es casi inexistente por una prensa mediocre, un sistema educativo sin presupuesto y un desinterés masivo por el sufragio. Aparte de que elegimos siempre entre dos payasos que se distinguen sólo en el color de su corbata, tenemos delegados, “überdelegados” y colegios electorales que nos recuerdan que el voto de la gente no vale en verdad nada.

Desafortunadamente, si alguien levanta su voz en protesta es rápidamente calificado como antipatriota, comunista y, más recientemente, terrorista, dejando en evidencia que la gran mayoría intolerante asocia la crítica con el desprecio y se olvida que la crítica que vale la pena se hace porque algo te importa y quieres verlo mejorar.

Pero nadie asume responsabilidades y hasta tratamos como héroes a esos bárbaros funcionarios públicos que, luego de hacer billones y retirarse, se dedican a ser oradores en ceremonias o a escribir libros, mientras que los que sufrieron sus abusos viven peor que antes y se ven obligados a irse de su hogar para sobrevivir.

Los “tercermundistas” vinieron motivados por políticas inhumanas que han generado muertes, desigualdad y explotación en el planeta, y ahora que llegan a EE.UU. por un pedazo del pastel “primermundista”, son discriminados y limitados por un sistema que se ufana de su igualdad y oportunidad.

Sí, soy del tercer mundo, ese que queda detrás de Mercurio y Venus, justo antes de Marte. Es un lugar donde todos los días el sol o una sonrisa nos recuerdan que la hermosura abunda, pero en el que lamentablemente hermanos y hermanas viven separados por fronteras, ambiciones y prejuicios.

Aunque no le guste a muchos, en este planeta todos somos tercermundistas, sin importar nuestro color, credo, idioma o estado de cuenta bancaria. Si no te consideras uno, entonces debes ser un extraterrestre que vive completamente alejado e ignorante de nuestros problemas. Y como yo sí creo en igualdad, no los juzgaré ni mediré con su propia vara, porque terminaría en protestas con otros intolerantes cargando un cartel que diga: ¡Extraterrestres a su casa!